La historia de los rayos X comienza
con los experimentos del científico británico William
Crookes, que
investigó en el siglo XIX los efectos de ciertos gases al aplicarles descargas
de energía. Estos experimentos se desarrollaban en un tubo vacío, y electrodos
para generar corrientes de alto voltaje. Él lo llamó tubo
de Crookes. Este tubo,
al estar cerca de placas fotográficas, generaba en las mismas algunas imágenes
borrosas. Pese al descubrimiento, Nikola Tesla, en 1887, comenzó a estudiar este
efecto creado por medio de los tubos de Crookes. Una de las consecuencias de su
investigación fue advertir a la comunidad científica el peligro para los
organismos biológicos que supone la exposición a estas radiaciones.
El físico Wilhelm
Conrad Röntgen descubrió los rayos X en 1895, mientras experimentaba con los tubos de
Hittorff-Crookes y la bobina de Ruhmkorff para investigar la fluorescencia violeta que producían los rayos
catódicos. Tras
cubrir el tubo con un cartón negro para eliminar la luz visible, observó un
débil resplandor amarillo-verdoso proveniente de una pantalla con una capa de
platino-cianuro de bario, que desaparecía al apagar el tubo. Determinó que los
rayos creaban una radiación muy penetrante, pero invisible, que
atravesaba grandes espesores de papel e incluso metales poco densos. Usó placas
fotográficas, para demostrar que los objetos eran más o menos transparentes a
los rayos X dependiendo de su espesor y realizó la primera radiografía humana,
usando la mano de su mujer. Los llamó "rayos incógnita", o
"rayos X" porque no sabía qué eran, solo que eran generados por los
rayos catódicos al chocar contra ciertos materiales. Pese a los descubrimientos
posteriores sobre la naturaleza del fenómeno, se decidió que conservaran ese
nombre. En Europa Central y Europa del Este, los rayos se
llaman rayos Röntgen (en alemán: Röntgenstrahlen).
La noticia del descubrimiento de los
rayos X se divulgó con mucha rapidez en el mundo. Röntgen fue objeto de
múltiples reconocimientos: el emperador Guillermo II de Alemania le concedió la Orden de la Corona y
fue premiado con la medalla Rumford de la Real Sociedad de Londres en 1896, con
la medalla Barnard de la Universidad de Columbia y con el premio
Nobel de Física en 1901.
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